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Comprender la Justicia

Miguel Sánchez-Ostiz en «Y tiro por que me toca» de DNN

No es fácil, por no decir imposible. Habría que saber antes en qué consiste. Y no lo sabemos. Confundimos lo que nos gustaría que fuera, lo que nos dictan nuestros prejuicios, rencores, afanes de venganza, con lo que la administración de Justicia, del juez para abajo practica o establece, e ignoramos que su capacidad de error está tan repartida como las hemorroides o el mismo sielso entre el resto de la población. Y si lo primero es, dicho así en general, difícil de comprender, lo segundo nos confunde e irrita un día sí y otro también. Solo comprendemos de manera cabal ese embrollo cuando la Justicia nos es favorable, entonces sí, entonces creemos, apoyamos, convenimos y nos sentimos seguros, que de eso se trata, de sentirnos seguros, antes incluso de hablar de seguridad jurídica en general.

Por ejemplo, el médico panameño Juan Enoc Rodríguez Lizondro que se acaba de pasar seis meses en la cárcel acusado de tráfico de drogas porque la Guardia Civil detectó en falso que llevaba cocaína en el equipaje. Fue un error subsanable que no se subsanó porque la maquinaria judicial se puso en marcha de inmediato y entre unos y otros, jueces y funcionarios diversos, lo empapelaron, lo encarcelaron y lo tronzaron. Nadie puso la mínima diligencia en comprobar que aquel panameño, por muy médico que fuera, no era una mula de las que a diario llegan a España procedentes de varios países latinoamericanos. Admitir los propios errores es difícil. Y la jerarquía está para eso, para disolverlos, para que no pase nada por sacudimiento general de pulgas más que por investigación de los hechos en los que se advierte dejadez y dejación y error culposo.

¿Nos echamos las manos a la cabeza? Algo, pero no tanto como cuando leemos que a Ivica Rajic, criminal de guerra, condenado por 37 muertes en Bosnia, preso en una cárcel española, lo sueltan a los ocho años por buen comportamiento, reinserción y etcétera… el relato de los hechos por los que fue condenado sobrecoge, pide instintivamente ojo por ojo, pero como vamos disfrazados de civilizados nos conformamos, por lo menos, con condenas perpetuas, o algo, algo… algo que no sabemos qué es. Un raro sentido de la justicia, que tal vez solo sea revancha, venganza, petición de reparación de un daño irreparable nos dice que esa condenada es insuficiente y esa puesta en libertad injusta, aunque esté ajustada a derecho y al manejo de códigos y reglamentos que en algunas manos funcionan como recortadas. Nos gusta ese imperio de la ley, aunque en igualdad de condiciones esas mismas leyes y reglamentos, o su manejo, sirvan para mantener en prisión a presos a quienes ya se debería haber dado sus penas por cumplidas hace tiempo. En unos casos hay que retorcer las leyes para hacer que las sentencias sean más severas de lo que en realidad son, y en otro hay que acoplarse a los beneficios previstos de reducción de penas. A Ivica Rajic le ha salido la cacería étnico-religiosa a menos de tres meses de cárcel por pieza cobrada.

Manos a la cabeza pues, y al bolsillo de la cartera, sobre todo, en el caso de Ruiz-Mateos que vende su ruina a una empresa especializada en hacer dinero con quiebras y de ese modo hace desaparecer de escena algo que olía a fraude por los cuatro costados por mucha corbata de fantasía que adornara las puestas en escena. Será cosa de ver, si es que lo vemos, en qué pararán los procedimientos judiciales abiertos a causa del pintoresco concepto que de la actividad empresarial tiene Ruiz-Mateos, cabeza visible de un sistema económico y financiero en el que el jerezano no está solo ni mucho menos. El sistema judicial es en el fondo garante del sistema financiero por muchas trastiendas que tenga éste. Echarse las manos a cabeza no sirve para nada.

Y manos a ningún lado, ni arriba, ni a la cabeza, ni a la cartera, en el caso deTouami Hamdoui, a quien hace un par de meses se le consideró «el primer reo común muerto por huelga de hambre», más que alguien que se dejó morir porque se consideraba víctima de un error judicial. Mucho considerarse para morir por ello, sin que esa muerte suscitara los comentarios de rigor, éstos u otros parecidos. ¿Influye la nacionalidad del fallecido y los prejuicios a ella asociados? No lo sé, solo sé que en este caso las manos y las bocas quietas o medio quietas.

Y tampoco muy agitadas (manos y lenguas) en el caso de Ahmed Tommouhi, marroquí también, que se pasó 15 años en la cárcel acusado de una serie de violaciones que no había cometido, con pruebas de ADN de por medio y con errores flagrantes en los cargos que permiten considerar la desidia culposa de los funcionarios o la impotencia del abogado que se ocuparon del caso del marroquí. Una pareja asaltada reconoció a Tommouhi, a pesar de que éste estaba en prisión cuando se cometió la violación. Hasta el Tribunal Supremo recomendó su indulto por existir «dudas muy fundadas sobre su culpabilidad». De los 15 años de cárcel no le libró nadie.

¿Errores insalvables o maquinarias judiciales que nadie quiere detener cuando todavía es tiempo? Yo no lo sé. Solo sé que pasa y que en la condena del inocente se producen unos daños irreparables y difícilmente cuantificables; que el margen admitido de error es demasiado amplio y que la sensibilidad social, por muchas manos a la cabeza que se echen, están más cerca de una tendencia exculpatoria del estamento judicial que de su puesta en tela de juicio. Las conciencias se tranquilizan remitiéndose a un hipotético resarcimiento de daños a sabiendas de éste no funciona ni de manera automática ni en todos los casos, que una cosa es el articulado de algún reglamento y otra, muy distinta (demasiado) su puesta en práctica y que, en definitiva, el daño impune es más común que el daño resarcido.

Las manos, quietas, aferradas con fuerza a los brazos del sillón o a la barra de la barquilla de la montaña rusa en la que vamos montados, segura atracción de feria hasta que falla un tornillo.

septiembre 13, 2011 - Posted by | Miguel Sánchez-Ostiz | , ,

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